top of page
IMG_0666_edited.jpg

Vida interior

Mi vida interior dio un vuelco cuando una gran amistad me abrió, sin esperarlo, una puerta a la fe. Fue alguien que me habló de Ignacio de Loyola, de su forma tan realista y tan profunda de buscar a Dios en lo cotidiano, y me acompañó con paciencia, respeto y cero presiones a redescubrir el cristianismo desde dentro, desde mi propia historia.

Gracias a ese acompañamiento, pude hacer algo que no siempre es fácil: abrirme al Señor con mis preguntas, mis dudas, mi curiosidad y mis ganas sinceras de entender.
Lo que empezó como un “no sé muy bien qué hago aquí” terminó convirtiéndose en una sed insaciable de descubrir a Dios, de comprender su mirada sobre mí y de intuir qué sueños podría tener para mi vida.

Esa búsqueda me llevó de un sitio a otro: estudiando cristología, apuntándome a un curso de acompañamiento espiritual ignaciano, preguntando, leyendo, escuchando…
Todo un viaje interior que se mezcló de forma muy natural con mis estudios de Educación Social, porque al final acompañar a otros también te confronta con tu propia verdad.

Agradezco mucho a esa persona que me tendió la mano al inicio… y luego la soltó, para que yo pudiera caminar sola.
Porque la fe, cuando es verdadera, no te ata: te impulsa.

Mi relación con las redes sociales empezó hace años, cuando aún no tenía claro si quería ser “visible”. Y la verdad es que todavía no lo tengo del todo claro. Pero algo sí sé: lo que hago, lo hago con el corazón en la mano.
Esta cuenta refleja partes de mí que son auténticas: mi fe, mi discapacidad, mi manera de vivir el deporte, mi experiencia con RINGANA y mi estilo de vida consciente.
Son mis verdades. No tienen por qué ser las de todos, y está bien.

Como me dijo una persona maravillosa en mis prácticas como Técnica de Integración Social @raizquenutre: "Somos seres muy diversos."
Y eso intento aplicar aquí.

Mi propósito no es convencer a nadie, sino invitar a pensar, sentir y ser más conscientes de lo que consumimos, tanto por fuera como por dentro.

Todos tenemos un pasado. Todos tenemos heridas.
Todos intentamos sanar, aunque no siempre encontremos respuestas rápidas.

La terapia sistémica ha sido una parte muy importante de mi proceso.
Y quiero explicarlo de manera sencilla:

¿Qué es la terapia sistémica?

La terapia sistémica entiende a la persona como parte de un sistema:
la familia, la historia, los vínculos, las lealtades invisibles, los patrones que repetimos sin darnos cuenta. No se centra solo en “lo que me pasa a mí”, sino en cómo me relaciono, qué heredé emocionalmente, cómo funciono en mis vínculos y qué dinámicas internas se repiten generación tras generación. Es una terapia que no juzga, no culpa y no levanta muros: ordena, libera y da sentido.

A mí me ayudó a comprender mi historia, mis reacciones, mis miedos, mis fortalezas y mis formas de amar. Fue como poner luz donde antes había ruido.

Y sí: se puede creer en Dios y hacer terapia.

No solo es compatible: es sano. Porque sanar no es falta de fe, ni signo de debilidad, ni desconfianza en Dios. Sanar es colaborar con Él. Sanar es no cargar con lo que no nos corresponde. Sanar es elegir vivir más libres. Hay quien piensa que “si tienes fe no necesitas terapia”, y respeto profundamente esa mirada, pero mi experiencia es otra: la fe me sostuvo y la terapia me ordenó. Juntas, hicieron camino. No hay nada de malo en sanar tu interior. No hay nada de malo en pedir ayuda. No hay nada de malo en ser creyente y trabajar tu historia.

Dios acompaña.

Mi vida interior es esto:

Una búsqueda sincera entre fe y psicología, entre silencio y aprendizaje, entre sentido y realidad. Un lugar donde puedo ser honesta, vulnerable, fuerte y curiosa.
Un espacio donde descubro cada día un poco más quién soy y hacia dónde quiero caminar.

bottom of page