
Autocuidado consciente
Sigo rutinas sencillas y realistas. No creo en protocolos eternos ni en estanterías llenas de productos que prometen demasiado y cumplen poco.
Para mí, cuidarse no es complicarse: es volver a lo esencial con intención.
Y justo ahí empezó mi giro hacia un autocuidado más consciente.
Durante años, probé productos de todo tipo. Rutinas largas, cortas, intermedias…
y siempre terminaba en el mismo punto: mi piel más seca, más reactiva, más incómoda.
Y claro, cuando hay una sensibilidad facial derivada de nervios, no es tan fácil “dar con lo que funciona”. Pero entonces apareció RINGANA, sinceramente, me cambió el significado de la palabra “consciencia”.
La palabra conciencia viene del latín conscientia: “saber con uno mismo”, ser capaces de darnos cuenta, de percibir, de notar lo que antes pasaba desapercibido.
Eso fue exactamente lo que me ocurrió. No fue un “de repente”, fue un: “ah, así es como debería sentirse mi piel cuando está bien”. RINGANA tiene algo que descoloca: productos frescos… de verdad. Y claro, cuando escuchas “frescos” en cosmética piensas:
“¿Cómo que frescos? ¿Es que vienen con fecha de caducidad como un yogur?”.
Sí, un poco sí. Porque lo fresco es eso: ingredientes activos vivos, recién formulados, sin conservantes artificiales.
Si un zumo recién exprimido es diferente al que lleva meses en un lineal, ¿por qué no iba a ser diferente una crema? Ahí es donde la cabeza te hace clic. Durante mucho tiempo pensé que la cosmética natural era “suavecita” pero no muy efectiva. Esa idea colectiva de que lo natural es bueno… pero flojo. Hasta que entendí que RINGANA no trabaja solo con plantas: trabaja con tecnología, con extracción respetuosa, con antioxidantes reales, y con ciencia aplicada de una forma que te hace decir: “Vale, esto sí que tiene sentido.” Es curioso cómo funciona la mente:
somos capaces de leer etiquetas kilométricas, asumir que es normal que algo dure tres años abierto… y luego sorprendernos cuando probamos algo fresco, sin conservantes, que funciona casi al instante. Y ahí vuelve la consciencia. Vuelve la pregunta que a veces evitamos:
¿Somos realmente conscientes de lo que consumimos?
¿De lo que nos ponemos en la piel?
¿De cuántos productos usamos sin saber qué llevan?
¿De cuántas veces seguimos rutinas que no están hechas para nosotros?
Como integradora social, siempre he creído en la capacidad humana de cuestionarse, de crecer y de elegir mejor.
Pero incluso para mí fue difícil admitir que una empresa tan coherente, con valores reales y un producto tan bien trabajado, existiera desde 1996 sin que yo lo supiera.
Y cuando empiezas a escuchar al cuerpo de verdad algo cambia. La piel deja de “aguantar” y empieza a “responder”. El estrés baja. El autocuidado deja de ser un trámite y se convierte en un gesto de respeto. Porque al final, el autocuidado consciente es eso: conocerse, escucharse, y actuar en consecuencia, aunque eso implique desaprender lo que creíamos cierto.